Ranuras

Friday, November 03, 2006

(¿) La Imagen lo es todo (?)

La imagen lo es todo. Vallas, afiches, videos, cine, tv, periódicos, revistas, volantes, encartados, diseño de modas, de interiores, de exteriores, malls, centros de belleza, más y más escuelas de diseños que se inauguran, incluso lavadoras que ahora traen diseños de moda están por todos lados. Aunque la radio es un medio auditivo, también se ha dejado arrastrar por esta inconmensurable avalancha de signos vitales que desde hace más de 50 años rinde culto extremo a la imagen como producto de venta con voces moduladas, sexys, divertidas y desprendidas que nos obligan, de manera casi inevitable, a imaginarnos a una bella o bello modelo detrás del micrófono.

La imagen lo es todo. A través de uno de los componentes más importantes de la publicidad (el acento aspiracional que incentiva y modula el “apetito” del consumidor y del cliente), se modela nuestro culto por la imagen. Silicón, liposucción, cremas, cabellos alisados, implantes de pectorales y abdominales, tatuajes, ropa de Zara, frenillos (nunca un año había sido tan fructífero para los estetas de la medicina de Venezuela como lo fue el 2005 – 2006) y un sin fin de adornos esperan para ser devorados por nuestros ojos, hasta convertirse en nuestra única y más deseada meta a alcanzar.
Nadie pareciera escapar de este gran circo de la imagen. Recuerdo que hace unos cuantos años, cuando entré a la Escuela de Letras de la UCV, institución caracterizada por rendirle culto al intelecto, me di cuenta de que por sus pasillos desfilaban muchas de las mujeres y hombres más atractivos de toda la universidad. Los mejores vestidos, comenzando por los propios profesores, se paseaban ante mis ojos seduciéndome a salir corriendo de compras para poder estar a la altura visual de toda una generación. Hoy, lamentablemente, creo que lo logré después de muchos años de intentos frustrados.

La imagen lo es todo, sobre todo en ciudades desgarradas por rasgos latinoamericanos, caribeños y pseudopostmodernos que nos obligan a ir bien vestidos al trabajo, tener una casa en la que todo sea equilibrado y poseer gustos culinarios que llevan un orden de diseño preestablecido, también moldeado por la imagen del consumo y de la venta. Ante esta gran marea de guiños visuales que crea remolinos en todas partes del mundo, me pregunto dónde quedan los que están fuera de ese patrón de mercado.

Según la Organización Mundial de Comercio, cerca de 1.700 millones de personas son grandes consumidores en todo el mundo, el resto de la población (más de 4.500 millones de personas) consume sólo lo necesario o no tiene acceso a los centros de distribución de bienes y servicios del mercado del capital. Es decir, apenas la cuarta parte de la población mundial vive y crece para seguir moldeando el patrón de consumo de esa imagen que se quiere distribuir en el planeta como una homogenización de la unidad visual global.

Si reducimos esas 1.700 millones de personas a sólo aquellos que pueden comprar y consumir todo lo que diariamente nos vende la publicidad, sumarían cerca de 700 millones de altos consumidores, fin último de la maquinaria publicitaria planetaria. De estos 700 millones de personas, alrededor de 1 millón son parte del grupo que idea, día a día, qué se nos va a vender y de qué forma vamos a consumir lo que producen las grandes corporaciones de sus jefes.

Si seguimos reduciendo aún más estas cifras, llegaríamos a un pequeño y privilegiado número de personas que (cada vez que suena su recién adquirido reloj despertador de último modelo y despegan sus muy alisadas cabezas de sus cómodas almohadas de plumas) se levantan pensando qué es bueno y qué no para nuestro consumo. Estas mil personas que conforman ese pequeño y privilegiado grupo se han convertido en los padres de nuestras actitudes de compra, dictaminado que realmente es muy bueno para nosotros tener senos llenos de silicón, dientes totalmente alineados, cabellos lisos y rubios, dos costillas menos y, por encima de todas las cosas, adquirir diariamente la amplia gama de productos y servicios que todas sus empresas distribuyen a nivel mundial.

¿La imagen lo es todo? No lo sé… Más de 4.700 millones de personas podrían contradecir lo que he venido escribiendo. Sobre todo si muchas de esas personas ni siquiera saben lo que es la imagen de un vaso con agua o, por lo menos, el dibujo de un buen plato de comida. Lo peor de todo, es que ese gran círculo vicioso de la imagen (y sus grandes padres: el mercado y la publicidad) han moldeado a tal punto nuestros gustos de consumo que todos creemos que sí, que la imagen lo es todo. No imagino una vida (por lo menos en mi caso) en la que no exista el cine, la música (y todo su gran mercado de la imagen audiovisual), las revistas y la Internet. Allí, en ese pequeño y cerrado pliegue de todo lo que significa el gran pastiche de la venta y la compra de la imagen y el mercado, yo sería lo que los grandes corporativos definen como “un excelente consumidor”, un comprador que encaja perfectamente en todos sus patrones culturales de consumo (mucho más ahora que una parte del cine independiente europeo y latinoamericano está siendo subsidiado por grandes corporaciones de Hollywood, y Youtube –uno de los pocos medios de difusión alternativa– acaba de ser comprado por Google volviendo a limitar nuestro radio de consumo a sus ya filtradas fuentes de producción artístico-cultural).

Sí, la imagen para algunos lo es todo. Lamentablemente me grabaron muy bien en la cabeza que eso es así. Me he descubierto comprando libros sólo porque su portada me resultó excesivamente atractiva. No sé si en algún momento los latinoamericanos nos lleguemos a perecer al europeo Lipovetskiano que se desliza rapazmente como el nuevo Hermes de la Promo de Pirelli en compra tras compra, consumo tras consumo, sin detenernos a pensar que tan parecidos somos a la imagen del bello modelo que nos promociona el nuevo gel para el cabello o cómo podría aumentar nuestra líbido un par de senos llenos de silicón.

No lo sé. Es difícil conseguir respuestas a estas preguntas, más aún si vivimos totalmente sumergidos en sociedades 100% consumidoras de bienes servibles e inservibles. Todas las noches me sigo preguntando lo mismo mientras me acuesto a dormir, quizá a la misma hora que se acuestan nuestros grandes padres del reducido grupo de 1.000 personas, diciéndome a mí mismo: “¿Será que papi tendrá mañana mejores cosas para mí?”.